La música, compuesta de sonidos y silencios, recorre los espacios desolados que llenan estas imágenes y, ocasionalmente, se detiene en los mensajes encriptados en los desgarros de las paredes, en antiguos rótulos sobre las mismas, sube o baja por escaleras que no conducen mas que a la soledad de la oscuridad y reverbera en las salas convertidas en bosques de pilares fósiles. La música, imaginada, tarareada o sentida por el espectador desgrana acordes y melodías de Debussy, Satie, Ravel o Granados y, a veces, la melancólica melodía del Testament d´Amelia, convertida en la Canción nº 2 de Mompou, repiquetea en la mente del fotógrafo mientras convierte esos universos en espacios en dos dimensiones. Normalmente, es el espectador quien es libre de leer, escuchar y encontrar un mensaje en estas imágenes, pero actualmente, han cobrado cierta autonomía propia como imponiéndose al trabajo del artistas y se llenan ellas mismas con elementos discordantes. Así una límpida piscina aparece en la sala de bombas de una Central Nuclear abandonada o las brillantes pantallas de un aeropuerto crecen en una nave en descomposición. ¿Nos dice este contraste algo sobre la futilidad de nuestros signos de progreso? O, ¿Quizá más sobre la limpieza de estos signos sobre la tristeza del abandono?. El autor carece de esta respuesta y, quizá sea precisamente esto lo justo.